Un segundo asunto, es que cuando se presenta a la exportación petrolera como motor del desarrollo, uno queda adherido a visiones convencionales de la economía y del desarrollo. Un segundo conjunto de consecuencias podría afectar a las políticas en investigación en biodiversidad y ecología. Los extractivismos por un lado ocasionan impactos locales, como los efectos sobre la biodiversidad o la salud de las personas, y por otro lado generan efectos derrames, tales como alterar las dinámicas económicas o modificar las políticas públicas. Por ello creen que pueden predecir efectos ambientales y afirman saber cómo mitigarlos. Cuando se examina un emprendimiento petrolero toda esa complejidad queda en evidencia, y sobre ello se solapan incertezas sociales, económicas y políticas.
Más arriba se ofrecieron ejemplos de la base científica que muestra la realidad de los impactos del sector petrolero. En esa dimensión, es necesario comprender que el precio de mercado del crudo no incorpora los costos ambientales del sector. Por ejemplo, se puede argumentar que dados los recursos escasos del Estado, realizar evaluaciones de impacto ambiental en ese sector no es una prioridad, o que como sus efectos son reducidos habría que rebajarles las exigencias y monitoreos. Ese es justamente el reduccionismo economicista que han combatido los estudios ambientales por lo menos desde fines de la década de 1960, pero que de todos modos una y otra vez reaparecen en nuestros países. En realidad, Colombia, como los demás países petroleros, acepta un dumping ecológico vendiendo esos recursos mientras socializa los costos económicos de sus efectos negativos. Cuando se insiste en minimizar los impactos ambientales o se cree sinceramente que esos efectos se pueden resolver con la tecnología, nos encontramos en el terreno de las viejas ciencias cartesianas.
En su segmento, sus principales rivales son las Chevrolet S-10, Fiat Fullback, Ford Ranger, Mitsubishi L200, Toyota Hilux y Volkswagen Amarok. Aunque todos los parkings de esa zona son preciosos este es mágico y espectacular. En este terreno, las posturas que afirman que el petróleo tiene impactos “casi cero” genera una cascada de consecuencias negativas para las políticas ambientales. A partir de estas precisiones es posible pasar a considerar algunas implicaciones en el campo de las políticas y la gestión ambiental. El ecólogo sería como un ingeniero que conoce todos los componentes de la máquina ecológica, y puede actuar removiendo o incluyendo piezas, cambiando la dinámica de funcionamiento, para así generar una gestión ambiental. Esas posiciones en política y gestión ambiental deben ser rechazadas. Entonces el discurso debe ser otro: los riesgos de esos emprendimientos y sus impactos obligan a redoblar las exigencias y vigilancias, y éstas deben estar en manos del Estado, tanto a nivel central como local.
Es por lo tanto una mirada parecida a la de física o química. A veces se califica a esto como intervenciones positivas de las empresas extractivas, cuando en realidad una compensación económica no reemplaza ni es igual a la protección ambiental; son relaciones del tipo “te contamino, pero te pago”. El ambiente no se puede reducir a una simple maquinaria, ya que en la naturaleza no todos los componentes son conocidos, se entienden parcialmente las relaciones entre ellos, y tampoco esos procesos discurren como simples relaciones de causa – efecto. Este escenario, el peor de los posibles según Merrill Lynch, es muy negativo para las acciones, especialmente para las cíclicas.